deriva glam

Mucho se ha mapeado sobre lo producido por las sucesivas generaciones de narradores uruguayos que vienen publicando desde la dictadura hasta el presente. En lo relativo al mayor o menor apego que exhiben respecto a geografías más o menos cercanas, no hay mayores sorpresas: la ciudad de Montevideo y sus extramuros rurales o playeros suelen ser escenarios, físicos y emocionales, en diferentes matices que van desde el pulso y la densidad onettiana a las inspiradoras observaciones acaso herederas de la pluma de Levrero. El abanico es grande. Ambas miradas ofician de nodos, de puntos de atracción y fuga. Pero esta generalización, sin embargo, deja afuera a varios autores que escapan a esta tendencia y que en sus narrativas dislocan sus miradas fuera de la aldea, o de la isla, o como queramos llamar a este lugar del mundo.
Uno de los últimos buenos libros que transcurren en esta suerte de extra-territorialidad uruaguasha es Taxi, intenso relato de Sergio Altesor que se sitúa en Estocolmo. Es seguramente uno de los mejores ejemplos de novela uruguaya del exilio, o bien escrita por un autor que haya vivido la experiencia migrante. Este año 2017 se suma Archipiélago, de Roberto Echavarren, libro que reúne tres novelas cortas ambientadas en tres islas muy distantes entre sí y también, por cierto, de Montevideo: los relatos transcurren en Creta, Bali y Manhattan. Y esta particularidad viene a ser incluso más radical que la de Altesor, porque exceptuando el relato del surfista de Bali, protagonizada por un muchacho que aprendió a correr olas en playas de Rocha, no hay otra relación con Uruguay. La portada de la edición de Literatura Mondadori lo subraya, con una brumosa toma aérea de Nueva York.
Hay un detalle que no debe pasar desapercibido: tanto Altesor como Echavarren pertenecen a la generación más golpeada por la dictadura, la que sintió más fuerte el corte de los años 70, la de quienes tenían alrededor de 20 años en mayo del 68 y que respiraban y ansiaban un mundo mejor que se truncó y los llevó a tortuosos caminos, no solo para rehacer sus propias vidas sino para desarrollar sus vocacionales carreras literarias. No sorprende que publiquen pocos títulos, que no obtengan tanto ruido de la crítica local, que habitualmente muestren incomodidad respecto a la comarca. Algo similar ocurre con las poéticas de Alfredo Fressia y Hebert Abimorad, con una primera zona de la obra de Carlos Liscano, o con la narrativa de Teresa Porzecanski.
Roberto Echavarren es el glam, el errante, el poeta neobarroco, un pionero que no ha sido reconocido como lo merece, en primer caso por ser el autor de Ave roc, novela publicada en los primeros años 90 que se presenta como una suerte de biografía falsa del Rey Lagarto, nada menos que el príncipe sensual Jim Morrison, y que junto con Zafiro de Macachín (ésta sí fuertemente montevideana y con evidentes marcas de la narrativa de Julio Cortázar y del beatnik) configura uno de los primeros antecedentes de novela rockera, y en su caso con el atractivo y la novedad de mostrar una escritura de fuerte contenido homoerótico. Publicada en tiempos de hegemonía de la novela histórica, no logró conectar con una crítica posdictadura más bien pacata y que no supo leer la importancia de Ave roc. Echavarren ha firmado luego otros buenos títulos en narrativa, alternados por su obra poética y por el enorme trabajo que realizó de traducción de poetas rusos y muy especialmente el voluminoso libros de testimonios de la posguerra soviética titulado Las noches rusas.
Archipiélago es de alguna manera un bienvenido regreso de Echavarren a la narrativa de ficción. Como se dijo antes son tres novelas, independientes entre sí, con la única conexión de transcurrir en islas (aunque ninguna de ellas sea nuestra 'isla' montevideana, actual residencia del autor y de los lectores de esta edición). El pulso narrativo de Echavarren es más seco que en obras anteriores. No hay regodeos ni experimentos de lenguaje. Va directo a la historia, a los personajes y sus aventuras, que en todos los casos comparten una sensación de deriva, de saltar al vacío sin red. El sexo y lo sensual (pero también el desamor y sobre todo la soledad); el cuerpo y sus descomposiciones (la pérdida de la belleza, la enfermedad, alguna que otra muerte violenta), son parte esencial de la deriva existencial de los tres personajes.
Las tres son historias fuertes, más o menos emparentadas con ese tiempo tan border de finales de los 70 y primeros 80 (lejos muy lejos de Uruguay, por supuesto, sumergido en la dictadura), tiempo que en otras latitudes coincide con la edad de oro del glam y que Echavarren muestra conocer muy bien. Es una lectura altamente recomendada, de un autor que tiene muy claro que está contando cosas que buena parte de la narrativa uruguaya contemporánea -salvo excepciones- suele esconder debajo de la alfombra, tan pacata en su endogámico y acotado archipiélago literario.

((artículo publicado en revista CarasyCaretas, 11/2017))

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