El ejercicio documental de Mario Jacob sobre la familia titiritera
Cachiporra llega bastante más lejos que la simple estrategia de
romper la cuarta pared. Lo que se vuelve visible en las imágenes,
ante la propuesta de
mostrar el andamiaje del arte de los títeres y que los espectadores
(niños de escuelas rurales) intercambien roles con los manipuladores
(el núcleo duro de la familia Peraza: la pareja fundadora Javier y
Ausonia, más sus hijos Primavera y Javier Ernesto), es el paradójico
fortalecimiento de la ilusión, como estado creador y casi mágico,
ilusión que evidencia el poder ancestral de los muñecos, de las
máscaras, de la esencia misma del arte escénico.
Las
primeras imágenes del documental Los ilusionistas, en casa de los Peraza, en la rambla del Cerro,
adelantan el juego que se realizará con los niños, pero sobre todo
muestran -al espectador del documental, abriendo un juego de
distintas capas de mirar sobre lo que es mirado- el rigor del oficio,
milimétrico en su técnica pero al mismo tiempo encantador en la
capacidad de generar vida en un objeto (en este caso un muñeco
inanimado). Ahí, ya desde el vamos, cobra protagonismo la cámara de
Diego Varela, en el talento de fotografiar más allá de los
movimientos y la acción, alcanzando texturas y un pulso que se
acerca a la emoción vivencial. Todo potenciado por el hábil montaje
de Daniel Márquez.
De
esa manera, en el alto voltaje de la ternura, del intercambio y de la
capacidad de sorpresa constante, no solo para los niños-espectadores,
también para los titiriteros, transcurre la película.
Esto alcanza y
sobra para que sea un bellísimo reportaje sobre la importancia de este
tipo de experiencias comunitarias, en las antípodas de una mirada
demagoga o paternalista sobre cómo llevar el arte a los que no
tienen acceso. Pero hay algunos detalles más, para disfrute del
público del documental, entre ellos una escena que exhibe un juego
simétrico de ilusión: Primavera, una de las titiriteras de la familia Peraza, monta a
caballo por primera vez en su vida, y ese simple hecho, ante la
mirada de los niños, no solo extrema el rompimiento de la cuarta
pared sino que radicaliza la ilusión. Lo que se ve, gracias a la
mañana brumosa, la foto de Varela y la verdad de la escena, es de un
alcance poético similar a lo que se muestra en la "ventana"
de los títeres.
"Lo
que tiene el documental es –para bien y para mal- lo imprevisible,
la sorpresa, que lo que no está en tus planes irrumpe en la
realidad", dice Mario Jacob, director de Los
ilusionistas. "Eso
es lo que sucedió con la secuencia de Primavera montando a caballo.
Un momento mágico, en el que la suerte nos acompañó. Llegamos muy
temprano para filmar la llegada de los niños en una mañana soleada,
esplendorosa, y de repente cuando llegan los Cachiporra una niebla
espesa cubre los alrededores de la escuela. Y Primavera se engancha
con unos niños que habían llegado a caballo. Primavera es
montevideana, nunca había visto de cerca una oveja y tampoco
cabalgado y los gurises reaccionan con algo de sorna ante la
ignorancia de una citadina que desconoce lo que es un recado, o cómo
se manipulan las riendas… Para nosotros, esa secuencia fue un
regalo de los dioses que por suerte pudo ser filmada".
Para
realizar el registro en formato audiovisual de la experiencia en
escuelas rurales de los Cachiporra, el director decidió trabajar sin
guion y al mando de un equipo reducido y con mucha experiencia en la
realización de documentales: un fotógrafo, un sonidista y dos
asistentes. "Si la película logra transmitir lo que transmite,
gran parte del mérito es de ese gran fotógrafo que es Diego
Varela", asegura Jacob. "Es un documentalista nato, que no
solamente tiene oficio y sensibilidad sino la gran virtud de usar
ambos ojos, uno pegado al visor de la cámara y el otro atento a lo
que acontece a su alrededor". También fue fundamental, en
palabras del director, el aporte del sonidista y editor Daniel
Márquez: "El trabajo de audio fue realmente un desafío
mayúsculo, porque todos hablan, los titiriteros, los niños, y
también, de vez en cuando, los docentes. Y no se sabía quién o
quiénes podían hablar y en qué momento. Márquez se las ingenió
para que todo fuera audible".
Los
ilusionistas
cumple, además, con ser un reportaje muy cálido y necesario sobre
una de las familias titiriteras emblemáticas. Cachiporra, la
aventura que empezaron Javier Peraza y Ausonia Conde en los primeros
años 70, es junto con Títeres Girasol parte de la historia más
rica del teatro uruguayo.
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