el rastro de roger


Metástasis, novela de Nelson Díaz que cierra formalmente una trilogía policial dark (o policial existencialista) de la que forman parte Corporación Medusa (2008) y Resaca (2015), mantiene el tono fragmentario y experimental de ambos libros, tanto en la escritura como en el soporte físico. Está editada por el sello Yaugurú, con el cuidado y diseño de Maca como editor.

La noción de trilogía no implica –en la obra de Nelson Díaz– respetar un orden estricto de lectura: se puede empezar, por ejemplo, por Metástasis y luego emprender el viaje por los otros dos libros. Lo que sí sucede, en todo caso, es la certeza de seguir sumando fragmentos y situaciones en páginas azuladas que cuentan de conspiraciones secretas, manuscritos reveladores, asesinatos y una buena dosis de paranoia que rodea –entre largactiles y calles oscuras– a personajes cercanos al protagonista, Roger, y otros tantos bohemios escapados de textos de Alfred Jarry y William Burroughs. No se busque ritmo de novela tradicional en los textos de Díaz; el viaje que propone el autor es experiencial, acaso lisérgico, con referencias que vinculan rastros de surrealismo y atmósfera de policial dark, con variantes neovanguardistas cercanas a autores contemporáneos como Agustín Fernández Mallo y Manuel Vilas.
La trilogía de Roger, completada con la edición de Metástasis, supone una propuesta literaria diferente, radical en su formulación, que coloca a Nelson Díaz en un lugar alternativo, más cercano a obras tan originales e irreductibles como las de Julio Inverso o Felipe Polleri que a la mayor parte de la grey literaria local.

¿De qué manera escribiste la trilogía? ¿Fuiste superponiendo historias, intuyéndola, o bien cumpliendo un plan en cada uno de los libros?
Cuando se publicó Corporación Medusa, en 2008, me di cuenta de que Roger era un personaje de largo aliento, que necesitaba ser explorado y que, por lo tanto, podía perfectamente soportar una trilogía. Me sedujo la idea de un tipo que, al parecer –y subrayo ese “al parecer”– tiene características de un esquizofrénico pero que, sin embargo, tiene momentos de extrema y extraña lucidez. Esa ambigüedad de que podemos ser varias cosas y no necesariamente una de ellas termine por anular a la otra. Nietzsche y Montaigne, entre otros filósofos, se referían al individuo y sus máscaras. El plan macro de la trilogía comenzó entonces al momento de terminar esa primera parte. En Resaca ya tenía claro que quería experimentar hasta qué límite podía llegar Roger a partir de historias que se iban superponiendo.

En Corporación Medusa uno de los centros es un manuscrito; en Resaca, el asesinato de Paula. Ambas novelas suceden entre las idas y vueltas de Roger, el Diente, Vico, Burroughs, los Largactiles, en un policial negro, existencialista, de atmósfera. ¿Cuáles son, para vos, las claves de esas novelas y las de Metástasis?
Me gusta tu definición de policial existencialista, porque creo que las novelas tienen una fuerte impronta existencialista, más allá de que transcurren en una Montevideo alucinada y bajo la mirada alucinada de los personajes. Creo que una de las claves está en lo fragmentario y en la velocidad con que se describen las situaciones que giran sobre la probabilidad de lo improbable. Vivimos en un mundo fragmentado, que hace un culto de lo efímero, y la literatura no es ajena a eso. Recién nombraste a Burroughs, que ya en la década del 60 decía que la novela lineal estaba perimida. Y a mí no me interesan las historias lineales. Me interesan las novelas que superponen historias y dejan cabos sueltos. Hay dos escritores españoles que se mueven muy bien en este territorio: Agustín Fernández Mallo y Manuel Vilas, al que se considera el creador de la “novela zapping”. La otra clave es que hechos verídicos, por ejemplo el origen del nombre de la boxeadora Cris Namús que aparece en Metástasis, estén al servicio de la ficción en la historia. Eso me parece importante para descolocar al lector y crearle una sensación incómoda donde no pueda distinguir, o al menos dude, entre la ficción y la realidad.

Metástasis puede leerse como fragmentos, o literalmente pedazos, de una historia que se vuelve más o menos borrosa, oscura, que da vueltas como la cinta de Moebius, que va buscando respuestas y encuentra otras preguntas y agujeros. ¿En qué medida buscás esa sensación en el lector?
Coincido contigo. Metástasis es una novela más oscura que las anteriores, pero esa oscuridad parte del clima asfixiante que quise transmitir al lector. Esos fragmentos, en apariencia sin conexión, se concatenan y dejan una puerta abierta hacia otras interrogantes, y estas, a su vez, hacia otras. La cinta de Moebius y la metástasis simbolizan el infinito. La metástasis, más allá de las consecuencias fatales que todos sabemos que tiene en un cuerpo humano, es una de las representaciones más claras de vida. De hecho, el Big Bang puede verse como una gran metástasis, que dio origen al universo. Ahí también tenés dos caras de un mismo fenómeno. Lo mismo ocurrió con la cinta de Moebius, que fue descubierta, casi al mismo tiempo, por dos matemáticos, Listing y Möbius, aunque el descubrimiento se le reconoce a este último. Lo ambiguo, la posibilidad de que convivan dos situaciones o hechos, en apariencia opuestos, me interesa como escritor y como lector.

En los tres libros hay un uso explícito del color azul: a veces son letras blancas sobre papel azul, otras veces las letras son azules. ¿Por qué la utilización de ese color en particular?
De alguna manera, el personaje sufre de sinestesia, según lo que deja entrever el doctor Faustroll. Roger –y acaso yo también– considera que el azul es el color de la pureza y la belleza. Él quiere que su prosa sea azul en un mundo donde prima el negro, por lo que la batalla parece perdida. La presencia del azul, de modo físico en el libro, me permite que el lector acompañe las obsesiones de Roger.

Roger, Roger... ¿cómo llevás el hecho de entrar y salir de ese personaje?
Me pasa algo curioso. Cuando me pongo a escribir desde la visión de Roger, es como si automáticamente cambiara el chip. Se da como un proceso natural. Sé cómo va a reaccionar frente a determinada situación o cuál sería su línea de razonamiento ante otra. Es algo que tengo tan incorporado que a veces, cuando me enfrento a determinado hecho cotidiano, pienso cómo reaccionaría Roger. Y enseguida lo resuelvo. A veces coincidimos, pero son las menos. Él es un tipo políticamente incorrecto, en un mundo donde prima lo políticamente correcto.

¿Cómo se produce tu desplazamiento de la poesía a la novela? ¿Cómo es la experiencia de transitar ambos territorios, que a veces son –y a veces no– fronterizos?
Es interesante, porque mi último libro de poesía, en el sentido ortodoxo del término, fue Malas intenciones, de 1999. Con Rigor mortis, en 2005, decidí abandonar el formato poesía, y me refiero al continente y no al contenido. De hecho, es un libro de prosa poética, fragmentos y monólogos donde aparece por primera vez, y hasta tímidamente, te diría, Roger. A la distancia, no en ese momento, me di cuenta de por qué había hecho ese tránsito hacia la narrativa. La poesía, en el sentido de estructura, no me permitía experimentar con la palabra ni con el lenguaje. Y ya no puedo escribir poesía con esa estructura que me parece tan encorsetada.

Entre tus referentes aparecen los españoles Fernández Mallo y Vilas. ¿Sentís que compartís con ellos un espacio más o menos experimental que todavía persiste y se puede desarrollar desde la narrativa?
Totalmente. Si en un tiempo la poesía fue vanguardia en la experimentación del lenguaje, desde movimientos rupturistas como el surrealismo, el hermetismo y el neohermetismo, o el futurismo, hoy no sucede eso. Yo encontré en la narrativa, al igual que Fernández Mallo y Vilas, que además son poetas, un territorio fértil para lo experimental.

¿Qué vendría a ser, en tus palabras, o en tus idas y vueltas, un policial existencialista?
Me gusta mezclar un hecho que guarda cierto misterio, con el existencialismo que pregonan mis personajes. En Resaca ocurre el asesinato de Paula; en Metástasis, una serie de asesinatos seriales… Sin embargo, esos misterios se desarrollan por debajo de otras interrogantes más inquietantes: ¿el protagonista está alucinando y nada de lo que narra ocurre?; ¿existe una gran conspiración sobre este grupo cuyos integrantes dicen combatir a La Corporación?; ¿y si todo esto fuera real?

Está claro que la propuesta es moverse en el borde de lo real y la ficción. ¿En qué medida está y no está Nelson Díaz en estas novelas?
Muchísimo, porque es parte de la autoficción que planteo. Algunos lo llaman literatura autorreferencial, definición con la que no estoy de acuerdo. También, y soy consciente de ello, como escritor me hago cargo de un riesgo implícito que tiene la literatura que se propone mezclar ficción y realidad. Y queda más que claro que me gustan los libros que mezclan realidad y ficción, al punto de que ponen en duda mi percepción de lo que llamamos real. Y si bien como escritor trato de transmitirle esa sensación al lector y llevarlo a ciertos límites, el riesgo es hasta dónde puedo llegar sin caer en la reiteración, sin autofagocitarme.

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