paisajes utópicos

Después de obtener el premio Fundación Batuz, en el año 2004, y un tiempo más tarde ser seleccionado en el Paul Cézanne, el artista Santiago Paulós viene sumando becas y residencias en Estados Unidos, España, Italia y Escocia. En junio de 2016, como culminación de una maestría en arte en la Universidad de Edimburgo, presentó la exposición Drift Terrain, con un atractivo montaje de paisajes distorsionados y ruidosos.

Fuiste encadenando, después del Paul Cézanne, una serie de becas y estudios en otros países. ¿Cómo fuiste cambiando o no tu mirada artística y tu hacer artístico, a partir de esos viajes y residencias?
La pintura, lo que entiendo por ella, es algo que ha cambiado muchísimo desde que comencé. Vivir en varios países diferentes, ver de cerca otras culturas y realidades, me han ayudado a entender algunas cosas. Al principio pensaba que pintar era simplemente “agregar” elementos al lienzo, esta idea de que el cuadro tiene un comienzo, un desarrollo y un final. Con el tiempo, uno se va dando cuenta que muchas veces lo que uno decide no colocar en el cuadro es lo que cuenta. En otras palabras, la pintura como práctica o medio es un acto mental que luego se traslada al lienzo u al soporte, a través de un acto físico, por ejemplo una pincelada o un plano de color.
¿Cómo fue la experiencia de Drift Terrain, de la concepción de las obras y el montaje, teniendo en cuenta que es un trabajo en que lo artístico se liga con lo académico?
Muy enriquecedora y exigente en todo aspecto. La verdad es que en la Universidad de Edimburgo, y me animaría a decir en Reino Unido, los estándares son muy altos. Una exposición excede por lejos lo que es simplemente tener, en mi caso, las pinturas terminadas. Por ejemplo, para esta exposición en particular, mi idea inicial fue imaginar al espectador como una persona que llega a un territorio desconocido, una tierra utópica y que poco a poco la va descubriendo a través de las pinturas y objetos que expongo. Por momentos, pienso que lo importante de esta muestra está en las conexiones, en la conectividad entre los trabajos, más que en los trabajos en sí mismos. Esto implica entender la realidad en términos de relaciones.
Hay en tus pinturas de años anteriores un trabajo temático sobre retratos y rostros. ¿Puede entenderse tu obra reciente como un escape, una mirada hacia una figuración llevada al límite, a la abstracción?
Es verdad. Hace un par de años llegué a una especie de callejón sin salida donde tuve que optar el camino a seguir. A nivel temático, me di cuenta que me interesaba mucho más una imagen sin la figura humana. Esto no significa que no me interesara la presencia humana, sino que en realidad opté por la opción de que la imagen fuera la mirada del espectador en sí misma, y al mismo tiempo él tuviera la libertad de entrar a la realidad de los cuadros sin otra referencia más allá de él mismo. Algo similar a lo que pasa en cine cuando vemos una toma con un punto de vista subjetivo, a partir de la cual sentimos que somos nosotros mismos los que estamos viviendo ese momento y no que simplemente estamos observando una escena de terceros. Mi interés, ahora mismo, en esta exposició, derivó a los espacios de inmersión o de ilusión, de plantear la pintura como una puerta de entrada hacia otra realidad.


¿Qué desafíos, a nivel de manejo de la técnica pictórica, te lleva esta nueva etapa?
A nivel técnico, mi última experimentación es la serigrafía sobre lienzo, de mezclar la pintura con técnicas de impresión. Me interesa la idea de cómo la materialidad de la serigrafía -los pigmentos, el relieve, la textura- puede llevar a una imagen fotográfica al mismo nivel táctil que el óleo. Por otro lado, también me atrae la idea de cómo reproduciendo un patrón mínimo -una impresión- se puede crear un sistema complejo más vasto. Por ejemplo, este año imprimí patrones diminutos de agua que gracias a la repetición pueden llevarnos a un océano. Pero esta nueva etapa ha sido más que nada muy liberadora, en el sentido de que pude unir muchas ideas que habían estado rondando mi cabeza desde años atrás. Por ejemplo, poder quitarme de encima la idea moderna de que el arte evoluciona. Es decir, es mucho más liberador pensar en que cada artista tiene disponible la biblioteca entera del arte para hablar sobre lo que quiera: Da Vinci, Cézanne y Warhol están al mismo nivel, ninguno es mejor que otro porque no existe tal cosa como un arte mejor que otro. Mucho más interesante es cuando, para mí, por ejemplo, pueden estar al mismo nivel Da Vinci, los tapices árabes y la última publicidad de Nike. Todos son parte de la cultura visual y todos nos alimentan por igual. Lo fascinante es cómo los conectamos en nuestras cabezas y el sentido que crean para entender el mundo.
En tus últimas exposiciones, sobre todo las de Edimburgo, se percibe a tus obras como una serie de paisajes extraños, que hacen ruido, como si estuvieran mediadas por la tecnología, incluso lo digital, pero siempre de vuelta al trazo humano?
Exacto. En estas últimas exposiciones -entre otras cosas- también estoy hablando de la pintura como medio y qué papel ocupa en la sociedad postindustrial en la cual vivimos, siendo en realidad un medio concebido en una era preindustrial. Estamos filtrados y condicionados por la tecnología. Las pinturas que nos rodean, desde los últimos veinte años, o quizás más, ya no están centradas en la representación de una experiencia visual análoga, digamos en la mera representación, sino que están centradas en procesos de intercambio, en operaciones desde la perspectiva del trazo humano.



¿Qué significa pintar para vos? ¿Cuál es el valor de una imagen artística ante tanto bombardeo de imágenes y de información?
Para mí significa la oportunidad de intentar cambiar el sentido de algunas cosas a través de la percepción, del lenguaje visual, de una manera no racional ni lineal. La pintura, el arte en general, nos hace ver la realidad en maneras que no habíamos podido ver antes de experimentar esas obras. Después de haber visto por primera vez Los girasoles de Van Gogh, no hay manera de volver a los girasoles de la misma manera. El lenguaje de la pintura es único, se relaciona con el tiempo y la historia a través de saltos temporales hacia atrás y adelante simultáneamente. Desde que uno toma un pincel, se conecta con el pasado, con la tradición, pero al mismo tiempo cualquier reflexión del pasado nos puede llevar a una crítica del presente que incluso puede cuestionar la misma estructura de esa tradición y, en el mejor de los casos, mostrarnos el futuro. 

((artículo publicado en la revista CarasyCaretas))

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