Hay
artistas que dominan una técnica y a través de ella conquistan el
mundo, o mejor dicho lo experimentan, en algunos casos acercándose a
la figura del aventurero que desea pasar todo el mundo a través de
sus ojos. Hay otros artistas que hacen un camino exactamente
contrario: investigan un fragmento de mundo, a veces una idea, una
forma, una figura, y toda su obra, incluso durante una vida, puede
estar signada por las diferentes versiones y maneras de interpretar
una misma trama.
Es
el caso de Gladys Afamado, o por lo menos lo que expresa la reunión
de una buena cantidad de sus obras, desde sus inicios en el grabado,
en los primeros años sesenta, hasta las composiciones digitales que
sigue facturando en la segunda década del siglo XXI. Ojos de mujer,
miradas, rostros. Majas, ángeles, niñas, a veces también los
cuerpos, pero casi siempre son los rostros, recortados, en
composiciones planas, y van apareciendo otros detalles en -por
ejemplo- los libros textiles, donde se descubren perceptibles
volúmenes de siluetas, o el punto cosido en rojo de un corazón.
Las
mujeres de Afamado, esos rostros que vienen saliendo de sus obras
desde sus primeros grabados, cargan silencio, memoria, cierta calma
aparente. Cargan miradas profundas. Son, si se quiere, aparecidas.
Como si de cada material que ella trabaja, le aguardara una
diferente, aunque siempre (casi) la misma, en composiciones que
agregan fondos de una lírica que nunca compite con la imagen
central. Esta sensación queda expuesta de forma más que evidente en
la serie "criptolitos", un grupo de piedras talladas y
pintadas por la artista y que revelan nuevas y poderosas caras.
Hay
excepciones, por cierto, en el recorrido retrospectivo de la
exposición en el Museo Nacional de Artes Visuales. O, mejor dicho,
hay pequeños desvíos que se alejan un poco del tema principal. Las
"cajas", en las que hay una búsqueda más conceptual, y
muy especialmente en las "máquinas", ensayos en linóleo
sobre papel, casi todos fechados hacia el final de la dictadura, en
los que Afamado muestra una veta de humor absurdo, irónico, de
construcción surrealista. Sin embargo, el alejamiento temático es
mínimo, porque mantiene el trazo y sobre todo la paleta oscura que
tiñe toda su obra.
La experiencia de
acercarse a la obra de Afamado, en la sala de MNAV, es intensa. Está
esa trama, están esos rostros, reveladores de un conocimiento
profundo, de una poética potente, fraguada en esos primeros años
sesenta y que sigue produciendo asombro.
((artículo publicado en revista CarasyCaretas))
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