Alejo
Murillo, el protagonista de la novela El auto,
se encuentra en una situación ideal para que le pasen cosas. ¿Cómo
es eso? Está fuera de su contexto, de sus tiempos cotidianos, libre
de toda rutina. El autor lo ubica en Rivera (no es su ciudad, apenas
si tiene recuerdos de algún viaje infantil), en el momento que hace
efectiva una herencia (un Volkswagen del año 1962, de
colección, además de siete mil dólares y una lista de objetos más
o menos inservibles). El único plan de Alejo es regresar a
Montevideo, por la ruta 5, además de -si es posible- enterarse de
alguna cosa relativa a la herencia.
Empiezan a pasar cosas. Eso es
bueno para el lector, que empieza a vibrar con un recorrido que se
anticipa repleto de desvíos. Y también lo es para Alejo, quien
parece predispuesto a vivir una aventura inolvidable, sobre todo
cuando se deja llevar por circunstancias que no parecen nada cómodas,
especialmente el hecho de moverse en un auto que no puede acelerar a
más de ochenta kilómetros por hora y se bandea peligrosamente cada
vez que lo supera uno de los tantos camiones que viajan de norte a
sur cargados de madera. Como si fuera poco, varios episodios de
lluvia complican aún más el viaje de regreso a la capital (prueben
de circular a la noche, en una carretera con deficiente señalización
y un auto en el que no funcionan las escobillas limpiaparabrisas).
La
novela El auto se
convierte en un inesperado on the road,
desplazando el inicial tono naturalista por desvíos cargados de
fantasía y erotismo, algo que Carlos Rehermann ha transitado en otras de
sus obras narrativas, en especial en Dodecamerón,
en la que el trayecto (en ese caso se trataba de un crucero) y la
mecánica del relato permitían el desarrollo de una imaginería
cargada de historias fuertes y narradas con precisión por el autor.
Hay
en esta nouvelle de Rehermann un ejercicio de reflexión sobre los
trayectos y la imprevisibilidad de todo viaje que se permita salir de
la línea y la comodidad. No es precisamente el libre albedrío lo
que hace mover la bola de flipper (el personaje Alejo); tampoco lo es
el azar. Lo que mueve en verdad al protagonista de El auto
es el propio relato y la
necesidad de Rehermann de enfrentarlo a situaciones inesperadas, que
más que desvíos pueden considerarse extravíos. Esta peculiaridad
acerca a este libro a territorios transitados por maestros como
Levrero y Aira, o asuntos más cercanos (también en el tema erótico)
de Lissardi. Muy buena lectura.
((reseña publicada en revista CarasyCaretas, 10/2015))
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