Después de Acné
y La vida
útil, el cineasta uruguayo
Federico Veiroj confirma su talento en El apóstata,
película ambientada en Madrid en la que se cuentan las idas y vueltas de un joven
que pretende renunciar a la religión católica.
Federico Veiroj forma
parte de una generación de cineastas que se articula, en Montevideo,
en torno a la productora Control Z, a comienzos de la década pasada.
Amigo y colega de Gonzalo Delgado, Fernando Epstein, Pablo Stoll,
Alvaro Brechner y Manolo Nieto, su debut en largo fue con Acné
(2008), retrato de un
adolescente que lucha contra la torpeza y la timidez para
acercarse a las chicas de su colegio. Una de las muy buenas películas montevideanas con la impronta estética y emocional de la generación Control Z.
Dos años después, Veiroj estrena La vida útil, un
mediometraje que pese a sus riesgos formales (poco más de una hora de duración,
en blanco y negro) le depara a Veiroj una amplia resonancia crítica
dentro y fuera de Uruguay. Otro retrato, esta vez en homenaje a la
resistencia cinéfila de las cinematecas, que señala además un par
de posibles marcas en las películas de Veiroj: cierto anclaje en
historias propias o muy cercanas (en el caso de La vida
útil, debe anotarse que él
mismo trabajó hasta el año 2002 en Cinemateca Uruguaya) y la opción
por convocar no-actores para roles protagónicos (el debutante
Alejandro Tocar en Acné
y el crítico de cine Jorge Jellinek en La vida útil).
Podía
esperarse, entonces, otro salto al vacío, como lo es en definitiva
El apóstata, la película "española" de Veiroj, filmada en Madrid, porque la historia que se cuenta (la de un estudiante de filosofía que decide renunciar a la religión), se
relaciona directamente con lo que le pasó a uno de sus mejores
amigos -Álvaro Ogalla-, a quien conoció cuando vivió en Madrid
entre los años 2002 y 2006, trabajando ambos en la Filmoteca
Española.
Otra historia envuelta en bastante cinefilia, amistad y un
aire de fábula en el abordaje que ya se colaba en La vida
útil. No sorprende que Veiroj
tomara la opción de que la película fuera protagonizada por el
propio Ogalla y convocara para los rubros técnicos a varios de sus
grandes amigos uruguayos: Gonzalo Delgado en dirección de arte y
asistencia en guión, Arauco Hernández en fotografía y Daniel
Yafalián en sonido.
"La
película no cuenta la historia de mi amigo Álvaro", puntualiza
Veiroj cuando se le pregunta por el porcentaje de no-ficción
presente en El apóstata. "Nos
inspiramos en dos episodios de su propio intento de apostasía; de
cuando fue a buscar su certificado de bautismo a su parroquia y de
cuando tuvo una charla en el Arzobispado de Madrid para hablar de su
decisión". Dos momentos por cierto claves, al inicio de la película, que
le imprimen un aire kafkiano que se complementa con los acertados desvíos oníricos de un personaje que se va mostrando atribulado y confuso a medida que avanza la película.
Filmaste dos
películas en Montevideo y esta es la primera en Madrid. ¿Decidiste
filmarla allí por la historia que se cuenta -lo que es sin duda
central-, o hay también algo personal que te movía a cambiar de
escenario?
La ambigüedad del
propósito de apostatar de mi amigo Álvaro, un español nacido en
los años 70 -casi al final de un período histórico que marcó la
vida de varias generaciones-, me convencieron que había que hacer
esta película ahí. Para hablar de algunos conflictos universales,
como la crisis de madurez del personaje, su relación con las
instituciones tradicionales, era necesario situarlo en un país tan
convulsionado como lo fue y sigue siendo España. Siento que ahí hay
una gran mezcla de culpa, placer y del peso de las tradiciones; todos
elementos necesarios y que tenían que habitar la narración de esta
película. A todo lo anterior se suma que siento a Madrid como mi
propia casa, ya que viví una parte importante de mi vida allí; y
también me seducía la idea de filmar en el país de donde provienen
mis antepasados. En resumen, era el único sitio donde yo sentía que
sabía hacer la película.
Al mismo tiempo, hay
una intención de universalizar la trama...
En todo momento sentí
que era una historia muy personal de mi amigo y que justamente por
eso podría ser universal, ya que lo que mi amigo intentaba hacer era
dejar atrás algo que a su vez representa una situación o sensación
que creo que es común a cualquier ser humano, independientemente de
la zona geográfica, la fe heredada o adquirida, o la edad.
¿Cómo fue la
experiencia de trabajar con Alvaro, sin experiencia anterior en la
actuación, en los roles de actor protagónico y también de
coguionista?
Fue un proceso natural,
asumido desde el comienzo del proyecto. Hubo mucho trabajo a todos
los niveles. Unos meses antes de comenzar a rodar, Álvaro dejó su
labor de coguionista, y a partir de allí hicimos algunas sesiones de
entrenamiento actoral e incluso antes de rodar seguíamos con algunas
que tenían más relación con sacar la emoción y usarla en el
rodaje. La confianza entre ambos fue clave para poder hacer el
trabajo y poder desdoblarnos en actor-director. No nos replanteamos
mucha cosa más que el hecho de que la prioridad era la construcción
del personaje, la ficción, la película. Seguimos siendo íntimos
amigos post-rodaje.
¿Por que decidiste
que tenía que ser Álvaro el protagonista?
Siempre lo pensé para
él. No imaginaba a nadie más, aunque durante unos meses en que por
problemas de financiamiento intentamos cambiar algunas cosas del
proyecto, se barajó la posible inclusión de un actor conocido. Eso
duró unos meses, como dije, porque tampoco se pudo conseguir dinero
de ese modo, y continuamos con la idea original. Estoy feliz con el
resultado y con la decisión. Creo que Álvaro conmueve, y consigue
encarnar un personaje inolvidable.
En tus dos primeras
películas se constata un gusto por cierta nostalgia, de inocencia
perdida. ¿Cuánto aparece también de esa atmósfera en El
apóstata?
Cuánto aparece, no lo
sé. Pero en todo caso que creo que en esta película se podría
decir que hay 'inocencia ganada', o por ganar, ya que el personaje
tiene algo así como una regresión para poder seguir adelante. Creo
que las películas emanan que quienes las vean sientan nostalgia,
pero yo en particular no es algo que intente hacer o pensar durante
la creación. Una vez, un señor de un festival en Buenos Aires,
definió a La vida útil como una película con 'nostalgia por
el futuro'; quizá algo de eso es más apropiado de aplicar para El
apóstata. Animo a que quien lee estas palabras pueda ver la
película sin nostalgia de por medio, ya que está llena de acción y
del deseo de un protagonista que se pregunta de todo a su alrededor.
¿Qué fue lo que
más te interesó de trabajar sobre el tema de la apostasía, de la
renuncia?
Me interesó que servía
como excusa para narrar la historia de un personaje que aparte de una
fácil identificación por estar transitando un momento de
cuestionamientos, me permitía ahondar en su propio pasado, en su
constante búsqueda de afectos y también en las contradicciones
inherentes del querer dejar atrás algo imposible. Porque, a su vez,
me parecía que la imposibilidad del hecho de querer dejar atrás
algo que uno es parte, era un material precioso para una película de
ficción, que incluso permitía llevar al personaje y a la narración
hacia la fábula. Todo eso me inspiró mucho y espero que el público
se deje llevar por la misma y disfrute el viaje propuesto.
((artículo publicado originalmente en revista CarasyCaretas, 10/2015))
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