casi famosos, casi héroes


No es momento de preguntarse si la cultura rock goza o no de buena salud, a tantos años de la cita “el sueño terminó” o de las prédicas constantes de Sting de “el rock ha muerto”. Cuando se tiene entre manos una enciclopedia como El Libro del Rock, firmada por el crítico especializado Philip Dodd, las pequeñas historias, el impacto de las imágenes y la frescura de las frases de cientos de héroes rockeros confirman que el circo sigue abierto, que desde Elvis Presley hasta Marilyn Manson la canción sigue siendo la misma y el show no para. Pero, ¿qué es el rock? A fin de cuentas, un paseo por El Libro del Rock nos lleva a un divertido viaje warholiano del “sea famoso por un cuarto de hora”.

Poco más de veintitres millones de páginas web contienen la expresión rock según el buscador Google. Catorce millones incluyen la palabra pop y bastante menos de un millón el vocablo rap. Sobredosis de información, vértigo, abismo virtual que confirma la popularidad y vigencia de un fenómeno que se inscribió entre excesos, manifiestos y confrontaciones generacionales en uno de los episodios relevantes del siglo XX.
Apenas quinientas páginas le bastaron al crítico Philip Dodd y su equipo de trabajo para la ardua tarea de seleccionar 500 artistas claves de la historia del rock y mandar al tacho de basura la tonta idea del “fin de las enciclopedias”. Apenas 500 páginas que pesan en la lujosa encuadernación de Ediciones B unos bien llevados 3000 gramos de papel puro.
¿Están todos? Eso poco importa. Cualquier coleccionista fanático encontrará que falta tal o cual artista, cada cual tendrá su propia lista, pero el criterio de selección de Dodd y su equipo equilibran con gusto y sutileza los problemas más grandes que debía sortear la enorme antología. (Pese a que falte la divina Fiona Apple. Pese a que se hayan olvidado de incluir al escocés Lloyd Cole). Al ser Dodd británico el contrapeso entre lo europeo y lo americano resulta menos rechinante que si hubiera nacido en NY o en LA. Al ser Dodd también una persona seria tomó como criterio el impacto, aunque pasajero, el momento en que determinado artista dejó una señal o aportó una novedad a nivel estilístico o simplemente de imagen. Así se explica que, por ejemplo, los californianos The Offspring no integren la lista de los 500 de Dodd; pese a su importancia en la escena punk pop de los ’90 quedan afuera por ser influencia directa de Green Day y porque no tienen ese halo pintoresco que sí poseen los Fugazzi.
Eso sí, la ausencia del rapero Eminem es posible que sea una omisión trágica, y lleva directo a ese eterno problema de qué es el rock. Un dilema de definición. Eminem quedó afuera porque no es rock, y eso que fue tapa de Rolling Stone y asustó al público europeo con una motosierra y su infaltable misoginia.

El rock es
Tampoco es posible definirlo por lo que no es, pero Dodd y su equipo no se animaron a cometer el Gran Error pese a que una de las páginas iniciales del libro esté encabezada por la pregunta “¿qué es el rock?” seguida por diversas ambigüedades y, eso sí, muy buena retórica. Bla Bla Bla. Dodd dixit: “El Libro del Rock es una galería de santos, pecadores, mártires y magos... Un acercamiento demasiado rígido y serio a la historia del rock atenta contras sus propios fundamentos”. Elegante manera de esquivar el sagrado dilema.
Si se opta por una definición estrictamente sociológica-musical, el rock “es un género musical con raíces en el blues y el folk, nacido como expresión de la marginación sufrida por los negros norteamericanos. Combina la percusión y la rítmica proveniente de Africa con cierta instrumentación de cuerdas y vientos de la música del blanco, quien comenzó a cultivar este género a partir de la década de los 50”. Correcto, pero “el rock es el rey”, como dice una canción y también es “mucho más que una simple música de jovencitos irreverentes”, como anuncia el eslógan publicitario de una radio rockera colombiana.
Una banda muy menor, argentina, lo define como “eterno”. Entraríamos en terreno pseudo-filosófico, pero vaya como ejemplo de eso indefinible y hasta abstracto que para muchos melómanos es el rock. “El rock no es para un instante, el rock no es para un momento. Es para siempre, como una mujer que te desilusiona y la seguís amando”. Y si seguimos buscando una definición podemos perdernos para siempre, sobre todo con frases como la de un fanático español de David Bowie que escribió en un foro que “el rock es elegancia, divinidad, creatividad. Y si algo no es el rock, es envidia”. Si el lector continúa confuso ante tanta palabrería, vale la pena extractar un fragmento de una monografía universitaria de un estudiante mexicano: “El rock es un verdadero mapa de géneros, subgéneros, tendencias y movimientos que se funden, se separan, mezclan y entrecruzan, dando espacio para que cada nueva generación construya su propio sonido y exprese su sentir y su pensar, a través de esta música, de un modo diferente”. No lo define, muy lejos está de hacerlo, pero convalida esa apreciación de mutante, de expresión degenerativa que puede incluir a un Elvis Presley moviendo la pelvis y a un Thom Yorke teorizando sobre su propia depresión, mientras Marilyn Manson odia a la beautiful people que le compra sus discos.
Ya lo dijo Sting: “El rock es una música muy conservadora que respeta en demasía las pautas y normas de funcionamiento de la industria musical. Lo verdaderamente radical hay que buscarlo en Stravinski”. Y alguien podría contestarle al ex Police que “el rock es un capricho juvenil que se pasa con los años, y que para tranquilidad de muchos, los jóvenes al llegar a cierta edad probablemente decidan cortarse la melena y ponerse corbata”. Incluso hay quienes podrían estar de acuerdo con los predicadores ortodoxos que de vez en cuando lo confunden con el demonio e insisten en que “el rock es en verdad portador de mensajes subliminales”.
Y hay más posibles acercamientos. “El rock es una manifestación de jóvenes que en su mayoría no poseen independencia económica”. “El rock es duro, violento, transgresor, hijo de la incomunicación moderna de Nueva York, Londres o Berlín”. “El rock es conflicto, por eso el mayor problema que tiene ahora es que no está en conflicto ni en crisis”. “El rock es música de rebelión y tiene que seguir siéndolo”. “El rock es lo más y aguante los Ratones Paranoicos”. En mi caso, prefiero quedarme con la definición de Federico Moura, el fallecido cantante de los argentinos Virus, que poco tenían de rockeros ortodoxos: “El rock es mi forma de ser”, cantaba Moura a miles de kilómetros de Londres y NY.

El rock es una enciclopedia
Eso es lo que es el rock para Philip Dodd y su equipo. Una enciclopedia. Un conjunto de biografías, fotos y frases que se ordenan alfabéticamente por artista. La puerta de entrada a una cultura que conecta obsesiones particulares y colectivas, épicas dignas de ser el argumento de una buena película. Llevando a cabo ese objetivo es que logran quitarle el tufo crítico y la rigidez de los fanáticos, transformando El Libro del Rock en un viaje frívolo por una historia de cinco décadas de éxitos y fracasos, de coqueteos con esos quince minutos de fama que para muchos logró ser bastante más; pero eso no importa en este libro, porque los olvidados ABC tienen el mismo espacio en esta enciclopedia que los mismísimos Rolling Stones. Y está muy bien que así sea.
Falta aclarar, de paso, que se trata de un enciclopedia anglo, ya que toma como centro del mundo a Londres y NY, así que todo lo que no haya pasado por allí no tiene sentido en este libro. Hay muy pocos alemanes y suecos, menos franceses, ningún español y por allí apenas si asoma Carlos Santana para representar a un continente latinoamericano que tiene sus propias, absurdas y delirantes historias de rock & roll. Será hora de que una editorial de la región se interese por una enciclopedia de rock latino o rock rioplatense o rock hispanoamericano (tal dilema llevaría a una discusión eterna) para comprobar una vez más lo sencillo que es llegar a 500 entradas y dejar fuera a suficientes historias tan disparatadas como reales. Y no olvidarse de esa instantánea de Mr. García tirándose a la piscina del noveno piso.

Casi famosos
Queremos ser el grupo con el que esté bailando la gente cuando caiga la bomba”. La frase pertenece a Simon Le Bon, cantante de los ochentosos Duran Duran, personaje que le sigue generando urticaria a los rockeros más extremos. Es tal vez la más inteligente si la tomamos como expresión de la fantasía del rock, de poseer el éxito, de ser casi famosos. Es que exceptuando a Beatles, Stones, Bowie, Dylan y alguno más, simplificando groseramente, la galería de los 500 de Dodd no es más que un muestrario de personajes que bebieron de la miel de la fama pero que no lograron mantenerla demasiado tiempo.
Y esa sensación que se respira al hojear El Libro del Rock es muy similar a la de disfrutar la excelente película Casi famosos, de Cameron Crowe. Casi autobiográfica, casi cuento de hadas rockero entre Woodstock y el punk, la película relata la peripecia de un adolescente que a los 15 años escribe una entrevista a una banda de segunda categoría que finalmente logra ser portada de la Rolling Stone. (Crowe a sus 15 logró la tapa de la Rolling con una nota a los Allman Brothers). Casi famosos, en plan comedia ingenua, ilustra con precisión ese submundo rockero de excesos y de fantasía de principios de los ’70, transformando el periplo de William -alter ego del cineasta Crowe- en una historia de aprendizaje en donde se comprueba, con ternura, cómo se sigue siendo un buen tipo después de que nos han pasado demasiadas cosas que podrían causar lo contrario. Y como telón de fondo la repetitiva y siempre singular historia del rock: las bandas que desean el éxito, las groupies que desean a los músicos, los managers que tratan de ganar más dinero. Las peleas, las traiciones, los delirios, la necesidad imperiosa de ser casi famosos. Porque con eso alcanza, y de todos modos el “casi” no es tan malo. Y pensar que William se inició en el mágico mundo del rock estudiando obsesivamente las carátulas de los discos de pasta que le regaló su hermana mayor. A eso es lo que invita El Libro del Rock.
Para el final, qué mejor que tomar la frase escogida por Dodd de Fatboy Slim, el actual rey de la escena electrónica y también elegido en El Libro del Rock. “Es como si todas tus fantasías se hicieran realidad: me gano la vida yendo de fiesta en fiesta”. ¿Cool? Pregúntenle dentro de unos años, y que no le pase como a ese personaje de El diario de Bridget Jones, un treintaypico inglés que había tenido un éxito en los ’80 en una banda tecno y creía que todos le seguían conociendo.

((artículo publicado en Posdata Folios, año 2001))

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