Ciencias morales, de Martín Kohan es una novela ambientada en los días finales de
la dictadura militar argentina, en 1982, intramuros de un distinguido colegio
bonaerense.
El relato de Martín Kohan, quien con la obtención del
prestigioso Premio Herralde se coloca entre los principales escritores
argentinos contemporáneos, es seco, sin fisuras y concebido con la frialdad de
un cirujano. Está ambientado en un colegio de Buenos Aires, en el correr del
año 1982, y toma como centro a un personaje al que es difícil tenerle piedad,
pese a sus debilidades, su morbosa inocencia, su inevitable y anunciada caída.
Tal es la sensación que provoca la lectura de Ciencias
morales, al seguir la peripecia de una veinteañera que encuentra trabajo
como preceptora (adscripta en términos locales) en el colegio más tradicional
de la capital argentina. Se cuenta que por las aulas del Colegio Nacional
pasaron libertadores y presidentes, pero hacia el fin de la dictadura -el
tiempo histórico exacto de la novela es el transcurso de la guerra de las
Malvinas, entre mayo y julio de 1982- lo único que queda de las viejas glorias
es el imponente edificio y normas llevadas al extremo en los colegios
secundarios (similares a las que se conocieron en los liceos uruguayos). María
Teresa, así se llama la chica, es una perfecta imbécil. Inserta rápidamente en
el mecanismo de represión del colegio como preceptora, bajo la tutela del señor
Biasutto -quien tiene entre sus méritos el haber sido protagonista de una
'limpieza' ideológica en el colegio, años antes- adquiere poder y afirma su
insegura personalidad como vigilante extra de un grupo de tercer año.
En este relativo orden, Kohan se limita a describir
puntillosamente los signos de ese tiempo, desde la manía persecutoria de ese
grupo de fanáticos del orden y la represión. Los pelos cortos. La vestimenta
exacta. Los desfiles frente a los profesores. Los rígidos controles. La
eliminación de toda posibilidad de juego, alegría, seducción. Sin embargo, algo
empieza a funcionar mal. Y no es precisamente en el cuerpo de alumnos ni en las
fallas del sistema represivo. María Teresa, en su afán por obtener la
admiración del señor Biasutto, traza una estrategia que la llevará a una
compulsión sencillamente enfermiza: intenta durante varias semanas capturar de
forma in-fraganti, encerrada en uno de los reservados del baño de varones, a un
par de alumnos sospechados de fumar. La situación es ridícula, pero no hay
humor. En todo caso hay exasperación, hay una demencia fascistoide que lleva a
la reflexión sobre la delgada línea que separa al autoritarismo de la
perversión.
Lo que sucede al final no se puede narrar. Hay que leerlo.
Es duro, un golpe duro y preciso que asesta Kohan. María Teresa es también una
víctima. María Teresa es también culpable.
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